La era del vacío
sábado, junio 13, 2020Que raro es estar aquí de nuevo. En esta casa, en esta pieza, con esta ventana que poco alumbra y hiela todo.
Que raro estar aquí de nuevo, sentada, unos años más grande y sólo un poco menos perdida. Porque en el fondo, en la mitad del laberinto, nunca me he encontrado. Que raro ser una persona sola, independiente, que se cansa del vacío y del olvido. Que ama cómo es pero que sabe, puede ser tanto más. Las limitaciones, alimañas que viven dentro, situaciones que aún no puedo dejar ir del todo y aquí estoy, aquí sigo, luchando y remando sola, por mi, por mi yo destrozado que emana una ingustia insoportable por superar el dolor de mis oídos cuando me escuchan quejarme por lo mismo una y otra vez.
¿Qué estoy haciendo? ¿Qué es lo que realmente puedo o podría hacer? Nunca es de día ni nunca es de noche en mi cabeza. Los días parecen iguales pero son infinitamente diferentes.
Me aburro tan rápido.
Mientras más se parecen a mi, más me aburro. Y así, me he perdido de nuevo, esa oportunidad de ser más valiente. De jugarmela por todo lo que quiero. De esar pedacitos de todas esas mujeres que admiro. ¿Por qué me da tanto miedo hacer lo que me gusta? ¿Por qué me da tanto miedo ser mala en algo? Por sí, es fracaso, y el fracaso no lo soporto.
Puedo notar cuán rota estoy cuando trato de retomar a mis filósofos favoritos y no soy capaz de leer esas páginas que reconozco a la perfección en mi memoria. Estoy rota. Estoy maldita. Quiero ser bruja pero me dan miedo las repesalías, quiero ser valiente pero le temo profundamente al pensar de los demás. Quiero ser una mujer autosuficiente, pero ni siquiera notó todas esas cosas que hago dependiendo de otra persona.
¿Quién soy en realidad? ¿Qué es lo que realmente veo o vivo o lloro? ¿Qué es lo que realmente me duele de no poseer todo lo que deseo?
La mayoría de mis deseos son inmateriales, pero en un afán por sentir algo de control, algo de oportunidad futura, he transformado todo en objetos y acciones. Cosas tangibles, que pueda ver, que pueda recordar con mis ojos y decir: "Yo lo hice. Lo hice".
La mayoría de mis deseos son inmateriales, pero en un afán por sentir algo de control, algo de oportunidad futura, he transformado todo en objetos y acciones. Cosas tangibles, que pueda ver, que pueda recordar con mis ojos y decir: "Yo lo hice. Lo hice".
Pero que lamentable es entender que así no es la vida y que así no soy yo. Que me arrepiento profundamente de racionalizar mis sentimientos, de expresar mi tristeza y anhelos más profundos de ser una persona amada y cosas.
Cosas. Objetos materiales que tan fácil como llegan, se rompen. Que tan fácil como disfrutas, olvidas. Que no son parte de ti en ninguna, pero absolutamente ninguna forma real. Tú dependes de ellos, o eso crees. Pero ellos no de ti. Y de improviso, nuevamente son parte de esa suma de cosas que obtuviste para acallar un dolor inhumano y latente que no te dejaba dormir. Que te quitaba las ganas de ser alguien. Que te preguntaba por la razón de tu propio existir.
¿Quién soy? ¿Qué es lo que más quiero?
Pero muy en el fondo, sé y reconozco que quiero todo. Pero más que eso, quiero ser amada. Amada por mi y amada por todos. Si pudieran sólo decirme que me aman. Si tan sólo yo misma pudiera mirarme al espejo sin sentir que soy despreciable y pudiendo realmente amarme.
Cínica. Soy una cínica cada vez que intento empezar de nuevo. Porque sí, todos dicen que debes partir amándote a ti mismo, pero cómo. Si te odias, te aborreces, eres horrible, eres mentirosa, eres amargada y criticona. Eres detestable. Eres fea y poca cosa.
¿Cómo te amo después de creer todo eso de ti?
¿Se puede?
¿Cuándo, en qué momento de tu vida es que te enseñan a amarte por sobre todo?
Y si nadie te enseña, ¿Cómo es que entonces lo aprendes?
Estoy cansada de dar vueltas en círculos sin encontrar una respuesta. Sin tener éxito en ningún intento. Todo parece una mentira tan grande. Entender que no puedes dar ni recibir nada si no te amas. Es verdad, pero es tan difícil. Ningún filosofo te enseña nada. Nadie te entiende porque tu tampoco entiendes al otro en sus peores momentos. Y así, Lipovetsky tiene razón cuando dice que todos estamos vacíos.
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