Refugiado en el silencio

lunes, marzo 12, 2018

Y la soledad me come otra vez.
Mientras resisto ante el foso más oscuro.
Los latidos apagados.
Las manos vacías.
La mirada sigue vive.
Y me interrumpe.
En la mitad de una palabra.
En la forzada sonrisa.
Ahí esta. Como una enfermedad.
El recuerdo doloroso.
De todo lo que no hice ni hago.
Y todo lo que no puedo ni podré hacer.
Y de lo sola que estoy mientras siento el mareo y las naúseas.
Cuando entiendo que la vida es más insingnificante y dolorosa de lo que pensaba.

Me aferro a lo único que tengo.
La indiferencia.
Que me permite no quebrarme.
Que me permite simular que sigo viva.
Para que no se vea como me hundo entre los pedazos de mi misma.
Para que nadie escuche que necesito que alguien me arme.
O que alguien pudiese preocuparse de mi.

Porque en el fondo sé que soy lo último.
Que no importa cómo me sienta.
Ni que tan alto grite en lo hondo.
Los que no escuchan es porque no quieren.
Resignación es mi alma.
Acostumbrada a no tener donde afirmarse.
Perdida entre el vacío.
Nunca ha habido alguien.

La sorpresa irreversible llegará.
Y recurriré a la indiferencia.
Al "no me pasa nada".
A consolar a quienes me necesitan.
Pero cuando la máscara se caíga.
Cuando mi dolor sea insoportable.
Solo me quedará el espejo.
Y en su reflejo alguien llorará por mi alma.
Para luego decirme "basta".

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