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martes, noviembre 14, 2017

Volvi a escribir "novelas". Sí, estoy desde el celular, y aunque suene extraño, ninguna tendinitis es capaz de frenarme cuando escribo con amor para mis seguidores italianos...

Clara.-

Clara miraba de reojo al mesero que se paseaba una y otra vez entre las mesas, mientras seguía esperando por mas de una hora a un novio que nunca llegaba.
Sus lentes de sol invadían sus ojos miel que estaban tan pequeños como el pasto recién cortado. No había dormido en días y no creía poder hacerlo ahora.
Su abuela, quien la crió a base de sus padres trabajadores, llevaba una semana sepultada. Pero su alma aun no encontraba consuelo.
No entendia qué había pasado.
A sus 28 años, se creía una mujer independiente. Acostumbrada al trabajo y el esfuerzo creía ciegamente en los sacrifios y en "jamás rendirse". La mayoría la celebraba. Sin embargo, su abuela insistía en que era insensible, y  "desaprovechaba su vida".
Clara hacía como que no escuchaba, pdro calaba hondo en su corazón moribundo.
Llevaba años emparejada a su novio de la universidad. Y tan segura de que lo amaba, estaba segura de que ya no. Y tan segura de que era exitosa y feliz, era segura de su infelicidad temprana.
No se quejaba. Pero eso no significa que no le doliera.
- Hola! No quieres entrar ? Hace calor aquí afuera...
Clara levantó el rostro para observar al susodicho que la miraba inocentemente desde arriba.
- No me digas. Llevo una hora sentada aquí - respondió seca.
El joven se sentó en la otra silla y puso su mano sobre la de ella.
- Sabes como es el trabajo.
Y sí que lo sabía.
- ¿Qué tenías que decirme? - Preguntó él inquieto.
Ella, impasible miró su baso de agua. Se acomodo los lentes de sol. Miro sus ojos. ¿Cómo era posible? Esa hora sentada... Todos esos años en el mismo lugar.
- Espero que al fin tengas todo el tiempo que necesitas para ti - suspiro - Yo no soy a quien amas. Y yo no te amo a ti. Ya no.
Silencio.

El último lazo fuerte con esa ciudad estaba cortado.
En realidad hace años que lo estaba. Pero ahora era oficial.
Cuando su abuela murió, todo el peso muerto que cargaba sobre sus hombros la aplastó. Tanto que tuvo que buscar la forma de liberarse.
Pero antes de liberarse, tuvo que encontrarse primero.
Y aunque había sido duro. Se había encontrado.
Su corazón ya no latía lento. Era fuego que pretendía recuperarse e iba a quemarlo todo.

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