La vida se veía despejada, pero tenía grietas en el cielo. El color blanco y gastado, por el humo del cigarro, hacía burbujas en la pintura del techo. El polvo de mi cubrecama rosado, sin lavar, y el ronquido de mi hermana, durmiendo en la cama de al lado.
Las noches eran de miedo. Mi poster de barbie mirandome de reojo, y mis lágrimas ahogandose en la almohada. Los ronquidos de mi hermana. Y las palabras que a veces salían de su boca: "Déjame tranquila... no...No!... suéltame, no te quiero...".
Una vez más, el papá se levantaba al baño a mear, y metía tanto ruido con las puertas que yo tiritaba. "Esta enojao", pensaba. Y me preguntaba, cómo estaría mamá, tan quieta que el ni siquera se pudiera molestar por su cuerpo, al otro extremo de la cama. Inmovilizada, noctámbula por el miedo.
Una vez caía una lágrima. Oía desde el mismo lugar los gritos de mi papá que indicaban eso que más más miedo y nauseas me daba. Iba a pegarle. El café estaba frío. Cómo se le ocurría.
Entonces mi otra hermana, encarándolo mientras mamá se protegía, le gritaba que iba a llamar a los pacos. Y yo lloraba, ya fuera de la cama. Tras la puerta de mi pieza.
Mamá venía llorando, y me decía "No llores. Tu eres mi felicidad. Si te veo triste, yo me siento más triste". Entonces yo sonreía, con toda la fuerza que podía, por mamá. Por su felicidad. Y me portaba bien, y me comía la comida sin reclamar. Por mamá.
Y odiaba a mi papá. Quería que se fuera. Que se muriera. Y lloraba. Y lo odiaba.
Y decía que baje del cielo, para hacer a mamá más feliz.
Un día vi esa muralla, donde una vez, cuando estaba en la guatita de mi mamá, mi hermana le pegó patadas porque no quería otra hermana. Y en esa muralla, aún estando pintada. Mi sangre se mezclaba con la de mamá, en una mancha tan grande como los salpicones.
Le dije a mi hermano, ¿Qué es eso? El respondió que nada, y me llevó a pasear en bicicleta hasta el cerro.
Siempre me llevaba en el fierro, entre el manubrio y el asiento. Cuando me decía que salieramos, yo me ponía triste. Porque sabía que había algo malo con lo que dije, o la mamá tenía esos días, en que se quedaba en la cama todo el día llorando.
Luego se me olvidaba, mi hermano me compraba un helado de $100, de piña, como me gustaba, y le tirabamos piedras al río. Después se juntaba con sus amigos en la casa del Toti, y todos me agarraban las mejillas cachetonas porque era linda y cachetona.
Pero cuando llegábamos a la casa, toda la ansiedad volvía. El papá llegaba a las 21hrs, y nadie podía hablar cuando daban las noticias. Mi hermana grande llegaba a las 20hrs, y a mi me daba miedo, igual que cuando roncaba en la noche.
Un día sentí que en mi corazón se hacía una grieta tan grande, que creí que me ahogaba. Como la vez que en la piscina, una niña gorda se tiró un piquero y cayó encima mío. O la vez, que me agarró un remolino en el río. Pero cuando mi corazón se partió por la mitad, no luche, ni pelié, ya no me quedaba energía. Quería que el Maxi me llevara con él. Mi mejor amigo, que murió cuando yo tenía 6 años. Fue en febrero, cuando volví de vacaciones. No pude despedirme, ni jugar nunca con sus dinosaurios, pero me gustaban las estrellas flurecentes que tenía en su pieza. Le gustaba Jurasic Park e Indiana Jones igual que a mi, y ese año, ibamos a ser compañeros de curso.
Después de que el maxi se fue al cielo con su abuelita, sus papás no lo soportaron, y vendieron la casa. Se llevaron todo, menos su recuerdo.